Era hora de volver a casa sin que importase la hora que
fuera. Suficiente noche por hoy, ahora que sin quererlo se le ponían límites a
la nocturnidad. Salón de la casa del mismo amigo de siempre. Copas, música y
cartas. Su hermano y sus peores chistes. La insoportable y resabida novia del
amigo dando clases de lo que sabía, y más aún de lo que no sabía. La chica con
la que querría pasar alguna que otra noche, y quizás el resto de su vida, opinando menos de lo justo y necesario.
En eso pensaba Pol descendiendo, como si flotase, la enorme
cuesta empedrada que daba comienzo al camino de regreso a casa, cuando escuchó
la agitada voz:
—Sí, está en el puente Tres. Creemos que va a tirarse.
Aquellas palabras provenían tras una
columna de piedra que formaba parte de un arco, donde había un teléfono
público. No quiso correr para ver quién hablaba, estaba lo suficientemente
cerca para escuchar cómo colgaban.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó otra voz.
—Van para allá.
El ruido de un coche subiendo a toda velocidad le impidió
escuchar el resto de la conversación, si es que la hubo. Se acercó más y vio al
vehículo pararse a la altura del teléfono, y cómo las dos chicas a las que
correspondían las voces subían a él y se marchaban.
El puente al que se refería la voz de la chica, a quien ya
había puesto cara, se encontraba a menos de diez minutos, pero allí no había
nadie. Quizás se habría tirado, aunque con la escasa iluminación era complicado
saberlo. Caminó sobre las tablas de madera mirando de vez en cuando hacia abajo
hasta llegar al centro del puente, donde la caída era mayor. Era un salto
enorme, caer y caer sin ver el final, sin saber si hay un final. Desde luego
los suicidas nocturnos estaban como una maldita regadera agujereada.
—Una bonita noche, ¿no cree? —dijo de repente alguien que se
acercaba muy despacio.
—¡Eh! Sí… —contestó Pol tras un sobresalto. Era un policía.
—Esto se ve mejor a mediodía, ¿sabe? —continuó hablando sin
alterar el tono ni acercarse demasiado, no más de tres o cuatro metros.
—Sí, supongo —contestó al tiempo que comprendía la
situación.
—¿Y qué va a hacer? ¿Lo verá mañana?
—No. Ya lo he visto de día. De noche tiene mucho más
encanto.
—¿Cómo es eso? Si no se ve nada —añadió el guardia
asomándose tímidamente.
—Por eso mismo. Conozco el paisaje. Y esa mierda de paseo
que han hecho ahí abajo, al borde del río.
—Bueno… se hizo lo que se pudo con el poco dinero que había.
—¡Ya! Déle la razón al alcalde. Y yo soy de los que cree en
la honestidad de los políticos más que en el criterio de los votantes, pero
hablan un lenguaje complicado y después parece que hacen lo contrario de lo que
prometen. El problema es que la gente se lo toma todo al pie de la letra.
—El caso es que podemos seguir hablando de política o el
tema que le parezca sobre terreno más firme.
—¿Por qué? ¿Tiene vértigo? Ni siquiera se ve profundidad
—contestó Pol.
—No, pero es más seguro.
—¿Pero qué cree? ¿Que voy a tirarme? No soy tan estúpido. ¿Y
si me quedase parapléjico? ¡Menuda gracia! Y la altura que hay, sería
suficiente para dar un repaso a mi vida en más de un segundo, peor que en las
películas… un verdadero coñazo. Hay miles de formas, mejores y más eficaces, de
dejar este mundo, y además no quiero irme. Que se vayan otros. Como todos los
cabrones, aunque esos tienen una falta de huevos alarmante, y más aún para
suicidarse. Por desgracia, es gente que nunca ha sabido qué hacer con su vida,
estudiaron Magisterio por no trabajar en la tienda de papá y se clavan un bote
entero de paracetamol cuando descubren que su primera novia se ha tirado a
otro.
—Tampoco se ponga así, habrá de todo…
—Claro. También hay gente que está tan jodida que no puede
ni suicidarse. Y eso sí es grave, no poder si quiera morir tranquilo. En una
situación terminal es lo mejor para todas las partes. Pero bueno, parece que ya
estamos hablando de más. Es tarde y le estoy haciendo perder el tiempo.
—No crea, no hay mucho más que hacer en comisaría además de
jugar al bridge.
—Sí, ya imaginaba… Pues que se dé bien el resto de la noche.
Ambos se dieron la mano y se alejaron del centro del puente
en direcciones opuestas. Pol pudo sentir cómo el guardia le seguía con la
mirada, aunque no se giró en ningún momento hasta perderse entre las
callejuelas.
Después, se escuchó el disparo.
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