27.12.10

This is not a Christmas Song


- Mira, cariño: El vecino de enfrente ha montado un puticlub en su piso.
- Pero, ¿qué coño dices? Eso son las luces de Navidad.




así es,
la máquina sigue girando
como una peonza sin control,
cuanto más rápido, antes termina…
mentira, mentira,
mentira…


se equivoca
y después
se vuelve a equivocar


this is not a christmas song,
la misma del año pasado,
la misma del que vendrá


y así es,
                        aunque cometas la horterada de mezclarla con inglés,

y así será

será…



this is not a sad sad new song,
porque aún quedan más de dos minutos
para cruzar el Rubicon


este bolígrafo no quiere escribir esta canción
esta hoja en blanco pide a gritos un puto contenedor
esta cabeza sólo piensa en pensar en ti,
en mi,
en tiyenmi,
en dos,
en uno

en nada



yo preferiría una cabalgata de valquirias
un gran pantano de los cisnes
una marcha turca crepuscular


no me pidas hoy ser original,
cuando todo desde hace rato suena igual


hoy no te voy a rimar,

no me pidas
no me digas
que te escriba

algo bonito porque,
vida mía,

todo no va a ser poesía


23.12.10

El maldito gafe de la duodécima avenida

Se lo habían pedido por activa, por pasiva, de rodillas y de pie, de frente, de perfil, con una pistola en la sien o mientras le practicaban sexo oral… De todas las maneras posibles, en cualquiera de sus múltiples combinaciones; y al fin, el año que Vito dejó de comprar lotería, el premio gordo, ese que roza la obesidad más mórbida y, sin embargo, ningún médico diagnostica como enfermedad, cayó de pleno en su barrio.

Todos los vecinos se sentían en deuda con él, y fueron uno por uno a agradecer el gesto que todo buen gafe debe hacer al menos una vez en su vida, que no es otro que el de no entrometerse en las ilusiones de los demás. Aquella mañana, en muy poco tiempo, su casa se llenó de gente tan feliz que Vito se contagió del ambiente ofreciéndoles a todos que se quedasen allí para continuar la fiesta de celebración, que duró tres intensos días.

Una semana más tarde, el juez, al que dicho sea de paso le jodieron las vacaciones, dictó sentencia. Cada vecino tuvo que indemnizar al pobre desdichado con el ochenta y siete coma tres por ciento de su premio por daños y perjuicios, morales, psicológicos y materiales ocasionados por la gran depresión que le causó que le restregasen su buena fortuna y, para mayor desfachatez, haciendo uso indebido de su vivienda.


Ahora, Vito vive en una isla del Océano Índico donde ni el cambio climático se atreve a llevarle la contraria por si las moscas. Y en su antiguo barrio, han colocado un cartel a la entrada que dice: Se busca gafe que compre lotería.

20.12.10

El Templo de los Iguales

A la luz del mediodía, La Miseria, con sus guantes deshilachados y las orejas escarchadas, donde el más afortunado tenía un cigarrillo reutilizado en la boca, rondaba la puerta de la casa de un conocido señor cuando, al doblar de las campanas, se puso toda en pie formando el pasillo por el que comenzaba a salir La Riqueza, vestida para la ocasión con la cabeza gacha, aunque llena de orgullo al haber lavado su conciencia en el platillo de la caridad. Por eso depositaron en las manos de “los otros” algo de aire viciado y alguna mirada de desprecio.

17.12.10

Más allá del Lejano Oriente

No era día de cumpleaños, no era viernes, ni mucho menos sábado. No era fiesta de guardar, ni un puto San Valentín. Era otro día cualquiera, otro día más que comenzaba cara a cara con la taza del café con leche, a temperatura de la lava volcánica, de todas las mañanas en el bar de siempre. Después, con la lengua hecha un callo al rojo vivo, abriría la tienda de discos donde trabajaba. Dos o tres clientes, algún que otro fumado en busca de cosas raras; un pequeño almuerzo en el mismo bar con algún amigo desertor de sus obligaciones; un par de horas más en la tienda; el regreso a casa,…

Sin embargo, al tiempo que pensaba en la interminable pescadilla que se hacía polvo la cola y sacaba la billetera para pagar el desayuno, sintió la brisa de la mañana en su nuca y supo, no le preguntéis cómo, que algo parecido a un ángel acababa de cruzar la puerta.

Todo ensordeció, las luces se hicieron más intensas, difuminándose con el ambiente. Al darse la vuelta vio, a trescientos fotogramas por segundo, al ser más perfecto que habría cabido nunca en su imaginación. Ese pelo rubio que no aparecía ni en el mejor anuncio de Pantene, esa tez cuidada hasta el último milímetro, esas piernas largas que le llegaban hasta el suelo, esos ojos tan, tan, tan,…


Cuando volvió a poner los pies sobre la Tierra, su trasero en el taburete, y consiguió escuchar de nuevo, su mirada cambió a los veinticuatro fotogramas por segundo a los que se acostumbra a ir por la vida, para caer en la cuenta de que se había quedado demasiado tiempo con los ojos clavados, muy clavados, en aquella mujer, que ya estaba sentada cerca de él con una taza de café en sus manos y que ahora le miraba dedicándole una tímida sonrisa, al sentirse observada.

Esa fue la señal que esperaba, de modo que sin dudarlo un instante se acercó sin saber nada de lo que iba a decir y, como cabía esperar, no salió una palabra de su boca:

–Hola –saludó, por supuesto, ella –. ¿Nos conocemos de algo?

Y justo en el punto de cierre de la interrogación fue cuando lo recordó todo:

–No exactamente. Te vi hace un año, dos meses, cinco días y catorce horas… con los minutos nunca soy muy preciso. Estabas sentada a la entrada del Parque Este, con el pelo recogido, chaqueta de piel marrón, botas rojas, y un bolso negro, pantalones blancos y sujetabas un cigarrillo con unos guantes de cuero negro, pero todo eso con la misma cara, igual de bella como estás ahora. Esperabas a alguien, y lo sé porque cuando iba a acercarme aparecieron dos chicas que se fueron contigo en dirección opuesta donde yo estaba. Entonces pensé que quizás eso podría ser un juego del destino: si te volvía a ver significaría que eras tú la mujer que he estado esperando toda mi vida. Por eso, desde ese día no he hecho otra cosa que esperarte, y siento que es lo que llevo haciendo desde siempre. Y ahora estoy de nuevo frente a ti. ¿Qué me dices? No te quedes tan callada.
–¿De veras has estado todo este tiempo esperándome? –preguntó mientras, comenzaba a caer una lágrima por su mejilla.
–Sí, y me acabo de dar cuenta que habría esperado mucho más.


Cuatro lágrimas salieron de sus ojos, en dirección a la boca y hubo un silencio que duró décadas. Pero cuando la quinta lágrima rozó la comisura de sus labios, la chica no pudo contenerse más y estalló con una carcajada que pudo oírse más allá del Lejano Oriente.

15.12.10

Consinti (No Va Más)

Hoy, cuando la negra noche
sea aún más negra
y tus oscuros ojos,
todavía más oscuros,
miren a otra parte,
no pienso pedirte que te quedes,
ya no me haces falta,
prefiero que te largues.

Por eso te lo diré bien bajo,
susurrándote al oído,
para que no me escuches
mientras duermes.




…quédate esta noche

10.12.10

El suicida del quinto piso

El suicida del quinto piso es un tipo muy pesado, se pasa el día entero de aquí para allá, haciendo ruido, mucho ruido, y por la noche no para de aullar por la ventana. Es muy irritante, pero no me atrevo a decirle nada, no vaya a ser que le mate.

El suicida del quinto piso es un hombre un poco raro, cuando le preguntas por lo suyo nunca tiene tiempo. Padece de vértigo, es alérgico a las fibras de cuerda y a innumerables medicamentos, es pacifista y no soporta las armas (ni siquiera las blancas).


Sin embargo, el suicida del quinto piso no quiere que hoy sea su último día y ha estado bien tranquilo. Y yo le comprendo. Es domingo.

Cosas que hacen que la vida sea una mierda #1

En algunas ocasiones, cuando crees que no hay nada más que hacer, no hay nada mejor que acercarse, como quien no quiere la cosa, a cualquier librería, biblioteca o, en el caso de una desidia tan grave que te impida mover las piernas, desempolvar un libro cualquiera y darte cuenta de que todo lo que has escrito hasta ahora es una puta mierda. La espuma de los días, El Perfume o la maldita Historia Interminable…. es cuestión de leer un par de líneas para saberlo.

Y habrá quien siga diciendo que los libros te hacen compañía. Otra puta mentira. Los libros sólo sirven para encontrar lo que nunca tendrás. Son como ese amigo millonario que te enseña muy orgulloso su Porsche Cayman pero se niega en rotundo a que tú lo pruebes. Mira todo lo que quieras, muchacho, porque esto será lo más cerca que estés de algo así.


En otras ocasiones, cuando ya si que no tienes nada más que hacer, como quien no quiere la cosa, recuerdas esa estúpida canción del cantante-“compositor” de mierda actual y te acercas al ordenador a leer (y digo leer, escuchar sería demasiada molestia) cualquiera de sus estupendas letras y darte cuenta de que todo es una puta mierda. “Fui al portal de Belén que tiene un par de tetas…”, es cuestión de leer un par de líneas para saberlo. ¿Por qué no me metí a clases de canto? Quizás por mi sentido del ridículo…


Después de eso, no pasa mucho tiempo para ir de nuevo a la estantería y coger un libro, de Bécquer, de Boris Vian, de cualquiera. Y es precisamente ahí cuando, casi sin darte cuenta, abres otra puerta para entenderlo… ¿A quién coño le hace falta un Porsche Cayman cuando otros lo usan para cagarse dentro?

9.12.10

Bella de Noche

Bella de noche
burla a la luz del día,
enloquece ante toda oscuridad
prisionera en el corazón de sus ojos,
negros, blanco azabache cristal.


Mirada triste,
voz felina,
inocencia cautiva

de besos
envasados al vacío,

una gota de su piel
un castigo para el frío.

_____________


Bella de noche,
trágico vodevil en sus ojeras
cuando la lluvia cae por la mejilla,
cura la herida,
bálsamo en sombra ennegrecida.

Labios de invierno vespertinos
cegaron de una vez al canto, 
envidia insana del sueño eterno
donde al fin ardió tu llanto.

Yemas de unos dedos
que rasgaron el viento
callándole la boca a un tiempo
que nunca quiso ser de ayer.

_____________


Todo es triste,
nada existe.
Y sin embargo yo
sigo sinsaber.

6.12.10

Boris Vian tenía razón

Si fuera poeta
Sería un borracho
Tendría una nariz roja
Una gran caja
En la que apilaría
Más de cien sonetos
En la que apilaría
Mis obras completas.



–Hola, Tom.
–¿Qué hay, Jimmy? ¿Cómo tú por aquí?
–Venía por cigarrillos, pero no veo ninguna maldita máquina en este antro.
–¿Cigarrillos? Yo tengo de sobra. ¿Tienes encendedor?
–Sí.
–Justo lo que me falta. Siéntate un rato, amigo.



Un poeta
Es un ser único
En montones de ejemplares
Que no piensa más que en verso
Y no escribe más que en música
Sobre motivos diversos
Unos rojos otros verdes
Pero magníficos siempre.



–Oh, no gracias, Tom. Tengo cosas que hacer. Quizás otro día.
–Otro día puede ser nunca, Jimmy, y tú lo sabes bien. Deja que las cosas reposen, si les das demasiadas vueltas acaban vomitando. Hace tiempo que no charlamos. Dime, ¿qué tal te va? ¿Estás trabajando en algo nuevo?
–En algo sí, nuevo no.
–¿Y eso?
–Falta de cigarrillos.



Si los poetas fueran menos tontos
Y si fueran menos perezosos
Harían a todos felices
Para poder dedicarse en paz
A sus sufrimientos literarios
Construirían casas amarillas
Con grandes jardines delante
Y árboles llenos de pájaros
Mirliflautas y lisosos
Parongros y verderones
Y pequeños cuervos muy rojos
Que dirían la buena ventura
Habría grandes chorros de agua
Con luces dentro
Habría doscientos peces
Desde el crusco hasta el ramusón
De la libela al pepamulo
De la aguja al rara curul
Y de la avela al cañizón
Habría aire completamente nuevo
Perfumado con el olor de las hojas
Comeríamos cuando quisiéramos
Y trabajaríamos sin prisa
Para construir escaleras
De formas nunca vistas
Con maderas veteadas de malva
Suaves como ella bajo los dedos



–¡Ves como tengo razón! Siéntate de una maldita vez, coge un cigarrillo y pide que te sirvan.
–No sé cómo puedes estar aquí. Este sitio es una verdadera mierda.
–Sí, lo sé. Por eso vengo. Si me gustase, no vendría. Los sitios que me gustan me distraen.
–De acuerdo, me fumaré un cigarrillo.



Pero los poetas son muy tontos
Escriben para comenzar
En vez de ponerse a trabajar
Y eso les da remordimientos
Que conservan hasta la muerte
Encantados de haber sufrido tanto
Les dan grandes discursos
Y se les olvida en un día
Pero si fueran menos perezosos
Sólo en dos serían olvidados.



(Boris Vian, Je voudrais pas crever, 1962)

1.12.10

Ausente

Los colores estaban tan vivos como el primer día,  aquel paisaje inalterado era un lugar perfecto: lo más parecido al Paraíso, según todos los que habían estado en él. Sin embargo, la mujer de la foto no sonreía desde hacía algunos años.  Y es que, como todo el mundo puede comprender, estar enmarcado durante demasiado tiempo sobre la balda de una estantería común, compartiendo espacio con el polvo, no tiene ni puta gracia.

15.11.10

Cuando el ladrón sospecha

A mí me empiezan a entrar dudas cuando llegas de trabajar de la droguería dejando por el pasillo una estela aromatizada de Varon Dandy mientras corres hacia la ducha. Por no hablar de las noches en las que te despierto a las tres de la madrugada y nunca tienes ganas. En cambio tú, te quedas como si nada al meter en la lavadora mis camisas manchadas de rojo carmesí.

13.11.10

La mujer madura

Rubia melena ondulada que caía unos centímetros por debajo de los hombros, ojos marrones verdosos, nariz fina, boca grande decorada con unos delgados labios pintados de rojo y dientes blancos como perlas colocados cada uno en su lugar, piel dorada, pechos redondos y firmes, piernas largas... sentada en un taburete de la barra de un bar, pensativa y ausente, la mujer madura espera tranquila a su próxima víctima, uno de esos individuos que ella considera del sexo débil: un hombre. El tópico de vincular el sexo débil con la mujer es para ella una idea absurda; el hombre tiene la fuerza física, pero la mujer tiene la moral que, puede llegar a ser mucho más poderosa si se usa bien. Y no es que sea feminista, que no lo es; una idea que no es más que ponerse a la altura de otro concepto tan irracional como es el machismo, porque los extremismos, sean los que sean, no llevan a nada. Tampoco odia a los hombres, incluso por ponerse a odiar detesta a más seres de su sexo que del opuesto, simplemente se divierte jugando con ellos, descubriendo sus límites, interpretando personajes distintos con cada uno de ellos. Aún recuerda con cariño a una de sus primeras víctimas, un chico tímido e inseguro que, después de llevarle a una habitación de hotel, le dejó sobre la mesa un billete de cien…


–¿Quieres que te ponga otro vodka? –preguntó de repente el camarero.
–No, gracias, Luis. Creo que hoy me voy a ir pronto a casa. ¿Puedes pedirme un taxi?
–Claro.

La mujer dejó el dinero sobre la barra y, después de despedirse del camarero con una amable sonrisa, salió del bar a esperar a que llegase su taxi, en la calle, donde ya había oscurecido y hacía algo de frío.

No habían pasado más de cinco minutos cuando el coche, rojo y con una delgada línea negra en los bordes, apareció:
–Buenas noches –dijo ella tras subirse al asiento trasero y cerrar la puerta.
–Buenas… ¿a dónde vamos? –preguntó mirando a los ojos de la mujer reflejados en el espejo.
–Todavía no lo tengo claro, así que conduce por donde quieras… me apetece dar un paseo.


Sin nada que objetar, el taxista hizo rodar el vehículo en dirección quién sabe dónde, cambiando el rumbo aleatoriamente según le iba surgiendo, mientras su pasajera miraba el paisaje urbano y, de vez en cuando, a los ojos del hombre por el espejo:
–¿Te importa que fume? –preguntó la mujer al cabo de unos minutos.
–No.
–Para ser taxista eres un hombre poco hablador.
–Me pagan por conducir, no por hablar. Sinceramente me parece un coñazo esa gente que sólo está a gusto sin parar de hablar, diciendo gilipolleces. Yo me pongo en el lugar del otro y pienso que podrá importarle a la gente lo que piense un taxista… a menos que te pregunten, claro… quizás no tenga ganas de escucharlo. No sé, no creo que sea extraño, para mi es normal.
–A mi me parece bien. Eres el primero que no me pregunta a qué me dedico ni está continuamente mirando hacia atrás o por el retrovisor a ver si en un descuido le enseño la entrepierna.
–Ya ves, amiga… no se puede meter a todo el mundo en un mismo saco. Siempre hay excepciones para todo.
–Y yo me alegro de haberme topado con una, en serio.
–Tampoco te confíes, también puedo ser tan idiota como el resto. Depende cómo se mire.
–No sé… a mi me pareces buen tipo – dijo sonriendo.

El hombre abrió su ventanilla y encendió un cigarrillo aprovechando un semáforo en rojo:
–Oye, perdona si te molesto… ¿te han dicho alguna vez que te pareces a Lita Ford? – preguntó después de otro silencio.
–¡Ja, ja, ja! –rió a carcajadas.
–¿Qué pasa? ¿Te ríes porque ya me parezco más a uno de tus taxistas habituales?
–No, que va. Es por tu pregunta, me ha hecho mucha gracia. Nunca me habían dicho algo así, me comparan más con Kim Wilde.
–¡¿Kim Wilde?! Eso si que no.
–Que va, te estaba vacilando.
–…
–Oye… Ray –dijo inclinándose para poder leer la ficha de identificación que había bajo el taxímetro –: déjame justo en esta cera… me apetece andar un rato hasta casa.
–De acuerdo.
–Que tengas buena noche… me alegro de haberte conocido, ha sido un paseo muy agradable, de veras –dijo estrechándole la mano.
–Igualmente, amiga.


La mujer salió del vehículo y comenzó a caminar por la calle, mientras, Víctor, sin moverse, miraba su contoneo de caderas, hasta que la figura se perdió al torcer una esquina; fue entonces cuando el taxi volvió a rodar.

Pero al llegar a ese mismo lugar por donde la dama había desaparecido se le ocurrió seguirla y entró en esa calle, donde para su sorpresa la mujer le esperaba, parada en mitad de la calzada mirando al frente…

…El taxista tuvo que dar un frenazo en seco para no atropellarla y el coche quedó a escasos centímetros del cuerpo de la mujer que, ante la atónita mirada del conductor, ni se movió; estaba allí, parada, con los ojos clavados en él y con una maliciosa sonrisa dibujada en su rostro:
–Sabía que volverías –dijo la mujer al entrar en el coche de nuevo, aunque esta vez en el asiento del copiloto.
–Pero… tú estás loca, he podido matarte y ni siquiera te has movido…
–Cállate –ordenó abalanzándose sobre él y besó su boca lascivamente.


Ya no podía reaccionar, le había absorbido y no era capaz de escapar, por lo que se dejó hacer… ambos se fundieron desgarradamente, sin apenas hablar, durante varios minutos… después calma total… Víctor cayó dormido sobre el regazo de la mujer, que acariciaba su cabeza mientras fumaba un cigarrillo…



Al amanecer, el coche, que continuaba inmóvil en el mismo lugar, dio marcha atrás para salir del callejón, llegó a la calle principal y salió de allí en línea recta perdiéndose en la ciudad.


Poco después, un elegante hombre de negocios esperaba en la parada de los taxis y levantó su mano derecha al ver aparecer uno de ellos, pero éste pasó de largo ante su sorpresa.


Dentro del taxi, la mujer madura sonreía mientras pensaba qué hacer con su “equipaje”…

20.10.10

Pasajeros sin vuelta de hoja

Algunos lloran durante el viaje. Sentados en asientos separados, las lágrimas resbalan por sus ojos confundiéndose con las gotas de lluvia que golpean el cristal de las ventanas. Mientras, otros duermen plácidamente en las literas sin que la tormenta les aparte de su sueño.

–¿Asiento o litera? –pregunta el revisor.

–Litera, por supuesto –dice sonriente un nuevo pasajero.

9.10.10

Sin alas

–Como los ángeles al caer el Sol –respondió a la pregunta de cómo se encontraba.
–¿Sin alas? –dije yo sin poder separar los ojos de sus heridas, haciendo evidente mi más completa ignorancia.
–No, sin sueño.


Ayer volví a verla, con la cabeza metida en un contenedor y la sangre aún fresca. Pero esta vez no pregunté. El tren que esperaba no la esperó y, como los ángeles al caer el sol, se había despojado de sus alas, arrancándolas de cuajo para tirarlas directamente a la basura.

7.4.10

Así hablaron los profetas

1


Catorce cuarenta y tres, hora de comer en casa de los Balton; una honrada familia de clase media del centro del país, no por ello del mundo, y muchísimo menos del universo, compuesta por cuatro miembros, o dos miembros y dos miembras, por no ofender a nadie. El padre, Bon, un señor ni muy alto ni muy bajo, preside la mesa redonda, cubierta por un mantel nuevo y desteñido al fondo de la cocina, manteniendo los cubiertos siempre firmes en dirección al techo, mastica cada bocado como si fuese el último haciendo disfrutar a todos sus dientes por separado, al menos un par de veces la comida que ha preparado su sufrida, y no por ello más fea, esposa Ébonie, una mujer de mirada atenta, pendiente de cualquier detalle, que siempre olvida cerrar la puerta al entrar en casa cuando se deja la compra en el supermercado y cuida su figura sin hacer ningún tipo de ejercicio, sólo se alimenta tres o cinco veces menos que el resto, algo que su querida, y no por ello más bella, hija adolescente, Lilia, quisiera hacer para no tener que pesar lo mismo que un saco de arena para gatos de cincuenta y un kilos, a los que el pequeñín de la familia, que responde al nombre de Ben, llegará sin muchos problemas en no demasiado tiempo si continúa su ritmo a base de frutas y hortalizas.

–¿Qué tal ha ido hoy el colegio, Lilia? –pregunta el padre con el fin de comenzar una conversación original.
–No es un colegio, es un instituto.
–¿Qué tal ha ido el instituto, Lilia?
–Aburrido, como siempre.
–Espero que las notas de este trimestre sean mucho mejores que las últimas…
–Hago lo que puedo, pero no creo que siga estudiando después… yo me conformo con ser arquitecto.
–Tú sabrás, pero hasta que no acabes el curso que te queda, nada.

Ben, con el ceño tan fruncido que está a punto de estallarle, prueba la primera cucharada de su comida:

–No me gusta –dice muy educadamente, depositándolo de nuevo en su sitio.
–Bueno, pues ya sabes: si no te comes el postre, no hay espinacas –replica la madre, con la misma buena educación.




2


El maestro de Maltrato al Profesorado camina por el pasillo del centro educativo con un ojo morado y la ceja izquierda algo maltrecha, todavía sangrante, recién salida de la enfermería cuando recibe el impacto de una bolita de papel bañada en saliva justo en el centro de la pupila. Así sí daba gusto ir a dar clases, con alumnos tan aplicados que realizaban actividades extraescolares por su cuenta; nada que ver con años anteriores, donde ninguno supo zurrarle como es debido:

–¡¿Con papel, Rony?! ¿Qué hay de los plomillos que os repartí la semana pasada?
–Se me gastaron.
–Al menos podrías tener la decencia de buscar alguna china.
–No he tenido tiempo.
–Bueno, bueno… ¿Qué tal vas este año?
–Bastante bien. He sacado un siete en Bully, un ocho en Pellas y una matrícula de honor en Robo e Intimidación. Lo malo es que aún no nos dejan la pistola y la navaja ya me aburre un poco.
–Tranquilo, no tengas tanta prisa. Estas cosas van despacio.
–Ahora voy a clase de Botellón de los Jueves. La verdad, me gustaba más la optativa de los sábados, pero como ya la aprobé no era plan de abusar.
–Muy bien, Rony. Sigue así, llegarás lejos.
–Hasta luego, ¡cabrón! –se despide el chico escupiéndole en la cara, a lo que el maestro responde con una sonrisa de profundo orgullo.

Unos siete pasos y tres cuartos más adelante, el profesor entra en el despacho de la directora, una jovencita que se maquilla los ojos con pintalabios y los labios con colorete, que se encuentra sentada a su mesa con cara de muchos enemigos, hablando con Lilia, de pie con las manos juntas:

–¡Lilia! ¿Otra vez aquí? ¿Qué has hecho ahora? –pregunta el profesor bajo una ausencia total de sorpresa.
–La muy sinvergüenza estaba en el baño… leyendo.
–¿Y qué leía? Porque supongo que no eran apuntes de clase.
–¡Esto! –exclama la directora con tono de indignación alzando al aire una edición de bolsillo de las rimas de Bécquer.
–¡Oh! Esos libros son para leerlos cada uno en su casa. Menudo ejemplo estás dando a los pequeños. No sé qué vamos a hacer contigo, Lilia. Vas peor que el año pasado y encima sigues sin aceptar las normas del centro.
–Y lo peor de todo es que ha vuelto a saltarse mi clase de maquillaje a seis colores.
–Se quedará a recuperarla a la hora de salir, supongo…
–Por supuesto.
–Muy bien hecho. ¿Y ahora qué clase tienes, jovencita?
–Destrucción del lenguaje.
–¿Cómo? Querrás decir Mutilación del Lenguaje. Aprende a llamar a las cosas por su nombre, con propiedad.




3


Solo en la cocina, el pequeño Ben permanece encadenado a la silla, mirando desafiante la copa de fresas con nata. Un par de minutos más serán suficientes para hacerla desaparecer.

Pasan veintitrés, todo sigue igual salvo el color de la nata que cada vez es más rojo, cuando la hermana mayor entra por la puerta y con una sonrisa de oreja a oreja va directa al cajón de los cubiertos por una cucharilla:


–¡Qué bien que siguas aquí, peque! Me muero de hambre –dice dándole una cucharada de nata al candado, que se abre relamiéndose dejando libre a Ben. Después ella misma prueba el postre y echa el aliento al microondas, que se pone en funcionamiento –. Este mundo es absurdo. Un verdadero asco. Al menos para ti todavía es divertido –dice finalmente colocando un plato de acelgas calientes frente a Ben, que las engulle felizmente en menos de los que se tarda en escribir un punto sobre la i.

20.3.10

Anda... levántate

Prisionero de su esfera. Guardián de su propio mundo, construido sobre la base de un cemento barato. Cuatro paredes enladrilladas con promesas se habían hecho impenetrables por el paso del tiempo. Una única ventana demasiado pequeña para poder mirar a través de ella. Una puerta que ya no recordaba cómo abrir.


En otro tiempo habría sido muy sencillo, conocía las palabras mágicas. Aunque ahora no serían suficientes. Las dudas pesaban demasiado para llevarlas a la espalda. Ya ni siquiera escuchaba esa voz que le ordenaba: ¡Anda… levántate!.

10.3.10

Cocodrilo

Ese tic tac que escuchamos hace rato me tenía preocupado. Sabía que algo pasaba, sobre todo porque llevábamos varias horas río arriba, el Capitán y yo solos, en aquella pequeña barca de remos, y no vimos en ningún momento nada que pudiera hacer un ruido semejante.


Sin embargo, no fue hasta la aparición del animal cuando caí en la cuenta de que mi Capitán y él ya se conocían. Todo ocurrió muy deprisa, tan sólo pude ver como lo capturaba entre sus mandíbulas y lo engullía para después marcharse nadando con un reloj de oro en una de sus patas.

17.2.10

Un viaje

“Por cierto, ¿hoy es domingo?” Así se sentía más tranquilo, por eso le respondía que sí, y aunque siempre había alguien con ganas de aguarle la fiesta y deprimirlo durante todo el día, confiaba a ciegas en mi palabra. Y era jueves, pero eso a Carlo le daba igual. Cada día era uno más y, sin embargo, era el mismo. Levantarse, desayunar, salir a pasear, comer, dormir la siesta, ver la tele, cenar, dormir, volver a desayunar,…

–Por cierto, ¿mañana es lunes? –dijo un día cualquiera.
–Sí, ¿qué te apetece hacer?
–Un viaje.


Y al día siguiente, poco antes de amanecer, ya se había ido.